Tengo la costumbre, no se si buena o mala, de guardar todos los tickets, recibos, entradas, tarjetas... de los locales o lugares que visito con esa persona o personas especiales en un sobre que conservo con cariño.
Ya ves tú que cosa más simple, un papel impreso con tinta de mala calidad que a los dos o tres meses se ha borrado gran parte de las letras o números.
Pero para mí es como si fuera un tesoro. Un tesoro con valor sentimental, pues al verlo, me evoca recuerdos de esas personas, dónde estuvimos, qué hicimos... y eso no tiene precio. Y más aún cuando esa persona o grupo de gente no está ya en tu círculo cercano.
Tiendes a dudar de si vale la pena conservarlo y seguir abultando dicho sobre o si por el contrario, tirarlo. Al fin de cuentas, ya no forma parte de tu vida.
Hoy sin ir más lejos, decidí deshacerme de dos años de recuerdos. Entradas de cine, billetes de tren o metro, cuentas de restaurantes... iban desde el 2011 al 2012 más o menos.
Me ha costado lo suyo, no creáis, porque sin quererlo cada papelito me hablaba desde el recuerdo del pasado pero después de meditarlo, ver que esa persona ni me ha felicitado las fiestas y ha pasado a segundo (o tercer) plano, ni se ha preocupado por mi todo este tiempo, no merecía la pena que cogiera polvo.
Al final ha sido como una terapia. Romper en mil pedacitos todo y tirarlo a la basura. Es una forma sutil pero efectiva de alejar de forma definitiva a esas personas (cuyas identidades no daré por respeto al derecho de anonimato).
Al fin de cuentas, hay que hacer caso a ese dicho de "año nuevo, vida nueva". Ahora el sobre está vacío, no se si por mucho o poco tiempo. Esperando la llegada de nueva gente relevante para mí.
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