Esta mañana observaba desde mi balcón cómo unos operarios arrancaban una palmera del colegio que tengo enfrente. La planta fue una víctima más de Filomena que ha ido aguantando hasta hoy. Y os preguntaréis, ¿y qué?
Esa palmera se encontraba en el colegio donde estudié preescolar, primaria y secundaria. Desde los dos años hasta casi la mayoría de edad. Toda una vida. Bajo esa palmera jugué con mis amigos de entonces, o esperaba a mis padres a la salida de clase. Incluso planeaba qué peli ver este finde con mi mejor amigo y dónde cenaríamos después del cine. Y esa palmera ya estaba allí antes siquiera de nacer. ¿Árbol centenario?, posiblemente.
Ha sido imposible no tener cierta añoranza de los años de mi infancia. De lo feliz que era, de las ganas de comerme el mundo que tenía y de las pocas preocupaciones que existían, más allá de hacer los deberes o estudiar para el examen. Solo me quejaba porque me tocaba madrugar -que para mí era levantarse a las 8.30 horas- y tenía que vestir un uniforme cuyo pantalón picaba horrores -el tejido era de lana-.
No había incertidumbre con el qué será de mi vida mañana. Sabía que después de primero, iba segundo y luego tercero. Que tenía asegurado el fin de semana libre y tres vacaciones al año: Navidad, Semana Santa y verano. Me entretenía con las asignaturas de letras y me aburría con las de ciencias. Así era mi vida. Al terminar mi jornada de estudiante, llegaba a casa y veía los dibujos animados -que por cierto, ahora no son igual de bonitos que antes. ¿Os acordáis de "La pajarería de Transilvania", "Esquimales en el Caribe", el Cyber Club o TPH Club?-
No quiero decir que toda vida pasada fue mejor que la actual. Al fin y al cabo ahora disfruto de cierta libertad que antes no tenía. Gano mi dinero, tengo mi trabajo, amigos, puedo salir de vacaciones por mi cuenta... pero el mundo ha cambiado. Ni siquiera reconozco al muchacho tímido y con acné que un día fui.
Soy consciente que esos momentos ya son cosa del pasado y quedan en mi mente. Por no tener, no conservo ni las amistades de entonces. Apenas se de las vidas de Iván, Félix o Alejandro, mis mejores amigos de infancia. Es lo que tiene la vida, elegimos estudiar y coger caminos diferentes. Y poco a poco, nos va distanciando. Y, por supuesto, conocemos a personas nuevas, que nos aportan mucho. Después de todo el juego de la vida es ese, cerrar puertas y abrir otras.
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