A lo largo de nuestra vida y sin querer, nos vamos cruzando con personas. Algunas de ellas para quedarse en nuestra vida (amigos, vecinos, parejas...) y otras que "caminan" con nosotros por un tiempo indeterminado (compañeros de clase, de trabajo...). Algunos nos dejan marcados con lo que aprendemos de ellos o nos enseñan, otros pasan sin pena ni gloria.
Dependiendo de la relación que tengamos con éstos, será permanente o con fecha de caducidad. Hay amigos de la infancia que aún siguen presentes en nuestras vidas casi 20 años después de terminar el colegio, otros conocidos que hablas con ellos y te llevas bien pero que no son íntimos...
¿Pero alguna vez te has parado a pensar en la historia que cada uno de nosotros tenemos? Yo sí. Estando en el transporte público, prefiero observar (el paisaje del recorrido pero sobre todo a la gente) en vez de ir con la cabeza agachada mirando a una pantalla de un teléfono inteligente.
Me gusta imaginar a dónde irá cada persona, o de dónde vendrá. Si las rosas que un chico lleva en las manos son un regalo para su chica, si aquella mujer del fondo llora de emoción o de tristeza y el motivo...
Algunas cosas se pueden adivinar simplemente observando. Otras no. Y más viviendo en una gran ciudad donde el 99% de la gente que ves en tu día a día no la vas a volver a ver. Algo bueno, o malo, según se mire.
Por eso, para mí, presentarse a alguien no es solo decir el nombre, edad, de dónde vienes y todas las preguntas que se suelen hacer. Para mí, es saber cuál es tu historia y qué te hizo venir hacia mí. Es la mejor forma de conocer a la persona. De saber sus intenciones, de conocerles de forma global y caer en prejuicios equivocados.
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